Por
Julieta Gugliottella
Alumna
del Taller de PDI
Dejemos
de lado, por un momento, las intenciones de descalificar a los manifestantes
por su vestimenta, marca de auto, cartera, barrio o clase social. Todo
ciudadano, en contra o a favor del gobierno, tiene derecho a manifestarse bajo
las reglas de la democracia, sin sufrir, por ello, represión, censura o
descalificación alguna.
Ahora bien, hablemos entonces, de
espontaneidad. Nos referimos a algo que se da por sí sólo, sin agentes dedicados
a provocar el hecho. Alfredo Leuco desde La Nación, Francisco de Narváez desde
Canal 26, Hugo Biolcati desde canal METRO, Marcelo Longobardi desde la
editorial de su programa, Mauricio Macri desde un acto, Patricia Bullrich desde
su página web, Cecilia Pando desde su twitter, y algunos medios de comunicación fogoneando, fueron sólo
algunos de los que se encargaron de convocar todos los días al cacerolazo del
8N e invitar a todo ciudadano a que reclame por “sus derechos”.
Hablemos también, de consignas a la hora de
la protesta. Con anticipación se dijo que debían reinar la paz y la armonía, a
fin de evitar, como en las dos ocasiones anteriores, el clima de violencia que
se había generado en el Obelisco de Buenos Aires contra colegas de los
programas Duro de Domar y 6,7 y 8.
En el 8N, sin
embargo, se repitieron estas situaciones contra algunos periodistas, y hasta fueron un poco más allá, golpeando a
periodistas de C5N, Telefé y hasta Canal 13.
Podemos también, nombrar cómo los medios de
comunicación se encargaron de cubrirlo. ¿Tantas miradas pueden existir sobre un
mismo hecho? La respuesta es sí, y si había alguna duda, la misma dejó de
existir luego de estos episodios. ¿Por qué querrían algunos no mostrar en vivo
los testimonios de las distintas personas que concurrieron a las plazas, sino
más bien hacer una selección, editarlas y luego mostrarlas? ¿Por qué un medio
que sufrió también la agresión, al igual que sus colegas, no iba a querer
tenerla en cuenta a la hora de informarme? Porque no condice con su discurso.
Sin embargo, y a pesar de los
intentos por parte del poder de los medios y prácticamente toda la oposición,
los manifestantes siguen teniendo una carencia: no tienen un representante
institucional. Alguien con voz y voto que pueda elevar reclamos que, por más
ruido que hagan las cacerolas, se solucionan desde el parlamento, desde el
Estado, desde las elecciones realizadas en el marco de la democracia, donde
cada uno de los argentinos elige quién y cuándo los va a representar. Una masa
sin representación, en términos institucionales, es una masa sin un liderazgo
que pueda guiarla, representarla y expresarla en los lugares que hay que
hacerlo.
No hace
falta redundar en análisis de este tipo para darse cuenta qué clases sociales
son las que hoy ponen el grito en el cielo. Si bien es cierto que es una masa cuyo
reclamo coincide en una consigna, también es cierto que no se ven pobres ni
hambrientos. Se ven, en cambio, clases sociales sin apremios, en contra de un
Estado que apunta a quienes menos tienen.
Los que siguen estando en contra
de la Asignación Universal por Hijo
siguieron afirmándolo, aquellos que se dirigieron a la Presidenta con insultos,
aquellos que le desearon la muerte haciendo referencia a Néstor Kirchner,
volvieron a aparecer. Tampoco faltaron quienes desmintieron que haya
desaparecidos y los que aseguran vivir en una dictadura. Lo que sigue sin
aparecer, es un Estado que se fundamente en la represión, es una censura hacia
la concentración y la manifestación. ¿Libertad? ¿Y acaso eso qué es?
Las consignas fueron “libertad y
justicia”, y cuando se les preguntó a qué se debía ese reclamo, dijeron no ser
abogados para responder. “Democracia”, y cuando se les preguntó si las
elecciones y estar protestando sin dificultades en una plaza no lo era,
respondieron simplemente que no. “Que se vaya”, pero cuando se insinuó un
reclamo que podría considerarse bajo los preceptos que la Constitución refiere
acerca de la conspiración para destituir, no se quiso seguir discutiendo el
tema.
Vale la pena mencionar cómo se
construye la credibilidad y el derecho a opinar. Se destaca, tanto en algunos
medios como en los propios manifestantes, la ausencia de políticos, la falta de
banderas que representen corrientes o partidos, la no militancia de los caceroleros
y la no participación en términos institucionales. ¿Por qué acaso debemos
naturalizar esas características como algo a valorar, como personas que tienen
más derechos que otros a opinar y protestar?
Las
cacerolas sonaron en el 2001 por hambre, por una desocupación del 50%, por la
baja de los salarios, porque los chicos
no podían ir a la escuela por no poder comer, porque mientras algunos no
paraban de crecer, lo hacían a costa de la pobreza de más de la mitad de los
argentinos. Las cacerolas sonaban porque no tenían nada dentro. Hoy, en cambio,
suenan porque volvieron a llenarse y no lo quieren compartir.
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