Por Estefanía González Rebolledo
Alumna del Taller de PDI
Por la
calle 51 se empezaban a escuchar los bocinazos que no llegaban a formar un
coro. El calor subía por el pavimento donde dos jóvenes andaban en skate entre
las filas de autos estacionados. Dos chicos vendían flores sin éxito entre los
transeúntes y los vidrios de las ventanillas.
Llegando a Plaza Moreno a las ocho de la noche, ya se veía la postal del
8N, nombre que se le adjudicó a la protesta en contra de la gestión actual de
Cristina Fernández de Kirchner.
Desde la
convocatoria, las consignas fueron unificadas por el “basta”: “basta de
inseguridad, basta de corrupción, basta de amenazas, basta de inflación, basta
de mentiras, basta de impunidad, basta de aprietes, basta de dividirnos, basta
de no oírnos”. Lo que se diferenció de la concentración anterior, la del 13 de
septiembre, fue que al 8N ya no se le atribuyó el carácter de “autoconvocados y
espontáneos”:” Yo, el mes pasado pensé
que era, porque ya se hablaba desde hacía dos meses por lo menos. Me enteré por
redes sociales, por radio, por tele, por todos lados”, dijo un hombre de
treinta y tantos años que estaba, ya adentro de la plaza con su novia y un
amigo. Ella se puso nerviosa al acercarle el grabador y pidió que entrevistara
a su pareja. Éste comentó que estaba allí por el negocio inmobiliario que “se venía abajo”, y que le preocupaba
porque él formaba parte de ese negocio: “A
mí me afecta personalmente”. Al preguntarle por las consignas generales,
respondió: “El eje central me parece que
es la corrupción, la inseguridad y… (ayudame que me olvidé), la inflación”,
“Y la soberbia y el autoritarismo con el
que se manifiesta este gobierno”. Completó su compañero.
En la plaza
el ruido a metal se mezclaba con los aplausos y las bocinas. Entre la gente que
ocupaba toda la calle y una mitad de la plaza, había alrededor de diez banderas
de Argentina. También había remeras con la bandera norteamericana e inglesa.
Dos niñas de vestido pasaban saltando y sonriendo con un cartel entre sus manos
que decía: “Basta de inseguridad”. Una señora de tacos parada en la esquina
agitaba sus brazos en señal de “no”. Un chico de no más de veinte sostenía una
cartón forrado en papel blanco sobre el que se leía: “Kretina, no te vayas con
Chávez, andate Konchuda”, frase que circuló tanto en el cacerolazo anterior
como en las redes sociales.
Cacerolazo
que no tenía cacerolas. Los recipientes utilizados por los manifestantes
variaban desde coladores y fuentes de cocina, hasta campanitas y panderetas. Tal
vez, esto tenga que ver con la simbología de esta forma de protesta, ya que en
su momento la cacerola significó la falta de comida y el hambre, mientras que
hoy los motivos pasan por otro lado.
“Porque estoy harto”. Dijo
un hombre con la cara marcada por las arrugas y de camisa. “Me tienen harto. No entiendo la
intolerancia, de todo el gobierno. Harto de no poder hacer, harto de no tener
todas las libertades que tiene cualquier país que tiene una democracia que
funcione”. Afirmaba con el entrecejo fruncido mientras formaba parte de una
manifestación que se apropiaba de la plaza y de la calle. “La libertad de poder salir y entrar del país sin tener que darle
explicaciones a nadie. La
Constitución lo dice. Dice que tenemos un país donde
cualquier persona de buena voluntad pueda habitarlo y pueda entrar y salir del
país las veces que le de la gana. Sin
dar las explicaciones necesarias de por qué…. Lo de comprar los dólares tampoco
lo entiendo, es decir, las restricciones, el problema energético, la
intolerancia, las empresas que no funcionan. Depende a qué te dediques te vas a
dar cuenta de cuál es el país que vivimos”. El señor había vacacionando el
año pasado en Uruguay y Europa.
A medida
que entraba la noche la humedad dejaba lugar al viento que se iba levantando
cada vez más. Un chico caminaba sonriendo y levantaba un cartel en contra del
voto a los 16: “Puedo votar, pero mi mamá todavía me firma el boletín”, una
pareja levantaba otro: ”No hay pan para tanto chorizo”, un hombre se detenía
para que le sacaran fotos a su cartel: “Si las mentiras tienen patas cortas,
Cristina camina con el culo”. Los perros no faltaron: Golden, cocker, caniches
toy, de las correas con sus dueños.
“No estoy de acuerdo absolutamente con nada.
Es todo mentira, todo lo que se dice es mentira, es un relato y la realidad es
otra que nos golpea diariamente, y eso no lo ven. Yo lo que no soporto es
escuchar un discurso que realmente confronta, nos enfrenta, y la verdad que ya
lo hemos vivido en otra época” Con otra época se refería a la década del
´70, y a nuestra historia en general: “Hemos
crecido con el gorila, y el no lo era, el peronismo y el antiperonismo, y la
verdad estoy saturada” La señora, de sesenta y seis años, habló de la falta de trabajo y de los planes
trabajar que, según ella, sólo se los dan a quienes son “clientes” de este
gobierno. También hizo alusión a la división de la sociedad. Cuando esta
cronista le preguntó si estar en una marcha donde las consignas en vez de ser
propositivas son en “contra de”, no era profundizar esa división, me
interrumpió repetidas veces alegando que sus consignas no eran ambiguas, algo
que yo nunca había pronunciado.
Otra señora
que pasaba los sesenta, junto con su marido, llevaban como bandera “La
propiedad privada no se toca”: “Sí,
respeto a la propiedad privada porque han sacado una ley donde dice que acá en
la provincia, toda la zona de los countrys, quieren que cedan entre un 10% y un 30% de las tierras para hacer viviendas… para
la gente, para hacer casas para la gente que no tiene. Y eso es propiedad
privada. Lo que es privado es de uno, punto, no lo pueden tocar”, “Y empezarán
por un country y terminarán con un baldío, y eso es lo que no corresponde. La
propiedad privada es sagrada.” Continuó su marido.
La plaza se
empezó a vaciar y la calle se terminó de colmar. La gente iba dando la vuelta a
la manzana, haciendo sonar sus recipientes y cantando “Si este no es el pueblo, es el pueblo donde está”.
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