"Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias", Ryszard Kapuscinski

martes, 10 de abril de 2012

Una crítica del periodismo (y de los lectores y comentaristas de Internet)

Una buena reflexión del periodista Maximiliano Tomas en el diario La Nación, el 9 de abril de 2012. Para pensar y discutir:

Va a sonar como si lo que cuento perteneciera a la prehistoria, pero la verdad es que no pasó hace tanto tiempo. Los que comenzamos a ejercer el periodismo a mediados de la década del 90 no habíamos siquiera escuchado hablar de Internet. Tampoco de la telefonía celular. Para eso faltaba al menos un par de años. Usábamos el teléfono fijo para concertar y realizar entrevistas (y la guía de teléfonos para ubicar a los entrevistados), aunque la mayor parte de las veces las hacíamos en persona. Utilizábamos grabador y cassettes. Desgrabábamos casi todo, perdíamos mucho tiempo en eso, pero no veíamos alternativa. Cada vez que teníamos que chequear un apellido, una fecha o recordar una efeméride usábamos el diccionario, la enciclopedia, íbamos a una biblioteca o preguntábamos a nuestros compañeros de redacción: a veces había por ahí uno de esos viejos periodistas de memoria imbatible o cultura renacentista. Cuando necesitábamos citar una fuente, o cotejar una información, o ponerle background o color a una historia, teníamos que bajar o subir de piso hasta un espacio que aún existe y pocos usan y se llama Archivo. Ahí nos daban unos sobres de papel madera, rotulados con el nombre de nuestro personaje y lleno de recortes en papel de notas viejas: de allí sacábamos la información necesaria. Algunos afortunados, además, teníamos jefes que amaban la profesión como nosotros, tipos a los que les gustaba formar nuevos periodistas, que no nos dejaban pasar una y a veces nos mandaban a reescribir las notas enteras, cuando no las destrozaban; pero cada vez que metían mano en nuestros textos lo único que hacían eran mejorarlos.

Supongo que para los fotógrafos y reporteros gráficos habrá habido, en estos quince o veinte años, cambios similares: hasta no hace mucho en todas las empresas periodísticas existían laboratorios donde se revelaban, todos los días, las imágenes que iban a usarse para ilustrar las notas. Hasta que sus rollos no eran revelados, los reporteros no sabían si tenían la foto que habían ido a buscar para acompañar la tapa o abrir una nota. En fin, que el periodismo debe ser una de las profesiones que más cambió con el desarrollo de la fotografía digital, Internet, la telefonía celular y las nuevas teconologías, porque nuestra única materia prima siempre fue la información. Y sin embargo el oficio ha sufrido una crisis de estimación y valoración, los lectores son cada vez más escépticos, y la calidad de las redacciones (a pesar de la proliferación de las carreras de periodismo) no necesariamente es superior. No creo en edades doradas, no añoro épocas pasadas, prefiero trabajar como hoy que como hace dos décadas, pero es probable que el periodismo escrito que se hace en la actualidad sea peor que el que se hacía antes. Y que aún con la gratuidad y la ubicuidad de las fuentes de información disponibles, tampoco los lectores hayan hecho un gran salto de calidad, como se pretende. ¿Por qué?

El listado de razones debe ser, por lo menos, largo y variado. La durabilidad de las noticias es cada vez menor, lo que obliga a escribir más rápido, más corto, de manera menos reflexiva y analítica. La multiplicación de las plataformas de publicación web hizo que el acto de escribir sea accesible para todos, generando una confusión: escribir bien parece fácil pero no lo es. Y, además, hacer periodismo no es sólo escribir (ése es el último paso), sino investigar, reflexionar, entrevistar, jerarquizar la información, contextualizar, editar, corregir y recién después publicar. Por otra parte, el del periodismo suele ser un oficio mal pago (y esa tendencia se profundizó en los últimos años; si de casualidad advierte que en los últimos días hay medios impresos cuyas notas salen sin firma, se trata de un reclamo de los trabajadores de prensa por negociaciones paritarias, algo que no sucede hace mucho tiempo), que demanda por eso una dosis extra de voluntad, además de pasión, paciencia e inteligencia. Creer que se puede hacer sin todos esos elementos es un error. El mismo error que se comete cuando alguien decide hacerse periodista por narcisismo, o por ansias de figuración, o para hacerse amigo de los poderosos o conocido de los personajes célebres o mediáticos.

Después, claro, están los vicios del ejercicio cotidiano de la profesión. Los que trajeron las nuevas tecnologías (hoy lo común es resolver los artículos desde un escritorio, sin pisar la calle durante días o semanas) y los otros. ¿Cuáles? La falta de información de primera mano, los sobreentendidos y el excesivo uso de potenciales en la sección Política. La atención brindada a la superficialidad, el apego a lo que pasa en la televisión e incluso la publicidad encubierta en Espectáculos. La endogamia y el discurso del aguante y la tribuna llevado al papel en Deportes. El optimismo desbordado, la celebración de cualquier obra banal, feria o evento sin interés como si fuera algo imperdible en Cultura. La opinología elevada a la categoría de ciencia en las secciones de Opinión. Y así.

¿Y qué pasa con los lectores, sobre todo en Internet? ¿Qué pasa con ese magma intratable de insultos, prejuicios y odios que recibe el nombre genérico de Comentarios y que pasó a ser algo así como el people meter de las noticias en Internet, el rating por el que se mide el éxito de un artículo? Supongamos que el periodismo ciudadano existe, y que no se trata de una nueva etiqueta del marketing informativo, aunque creamos secretamente que tomar una foto con un teléfono en la calle y mandarla a una redacción está lejos de convertir a alguien en periodista. ¿Qué hacer con las personas que están del otro lado del papel, de la pantalla, con los lectores y con los consumidores? ¿Cómo satisfacerlos y darles participación sin dejar que virtudes esenciales de Internet como la anarquía, la hibridez y la libre circulación de contenidos acaben por destrozar toda opinión y credibilidad? Un nuevo pero viejo debate: ¿qué hacer con los comentarios que acompañan las notas?

Hay quienes creen que deben publicarse tal cual llegan, otros que hay que moderarlos, y otros que debieran estar habilitados para unas pocas secciones. Hay quien propuso arancelarlos. Quien reclama que, para comentar, los usuarios deban registrarse con datos verdaderos y verificables. ¿Y por qué no un sistema mixto, que incluya estímulos o premios para las mejores intervenciones (una suscripción, tal vez), aquellas que suman datos o una mirada interesante a los artículos publicados por los medios? Porque si hay algo que se hace cada vez más evidente es que el sistema actual, que funciona como una máquina de generar insultos y difamaciones a periodistas y otros foristas dista de ser perfecto.
Un amigo columnista de otro medio me contó hace poco que logró que cerraran los comentarios para sus artículos. Cuande le pregunté por qué, me respondió: "Porque los comentaristas son el fascismo con máscara de libertad de opinión. Qualunquismo de la peor especie, doxa, sentido común reaccionario de izquierda o derecha, el infierno de o que, en la vida real, evitamos cuidadosamente". El neologismo Troll se acuñó hace ya un buen tiempo para referirse al abuso de este tipo de intervenciones, que casi siempre se hacen desde el anonimato.

Que quede claro: no digo que el de la injuria no pueda ser un arte, si se lo ejercita con inteligencia y estilo. La historia (y no sólo la argentina) es pródiga en ataques y libelos de punzante animosidad que artistas, pensadores y políticos lanzaron contra sus adversarios. Pero el insulto desnudo, la malicia gratuita, el rencor vacuo para rebatir argumentos está más cerca del arrebato infantil o la debilidad mental que de cualquier otra cosa. Más aún si se hace desde la libertad mal entendida que ofrece el anonimato, que permite violentar una opinión o una idea sin la mínima posibilidad de sufrir consecuencias. No tan en el fondo, los comentaristas de la era de Internet se están perdiendo, junto a los periodistas profesionales, la gran oportunidad de hacer un periodismo mejor.

Uno que reciba una fiscalización constante del lector, claro, pero también el aporte de sus conocimientos, sus reflexiones, sus ideas. Porque lo que se escribe debajo de cualquier artículo puede no tener que tener obligadamente destino de papelera de reciclaje: podría convertirse en una extensión de la misma nota, agregando datos, confrontando ideas, marcando errores. Intuyo que esa fue la idea original con que se creó y habilitó ese tipo de espacios (con la dignidad y la belleza que arrastraba una palabra como Foro ), que nosotros, imperfectos como somos, nos encargamos una vez más de arruinar.

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